Gustav Klimt y Óscar Wilde: Hacia un nuevo modelo de mujer . Por Carmen Montero

 

 

“Ver sacrum” es una expresión latina cuyo significado es “primavera sagrada” y constataba un hecho tan natural y cíclico que fue elevado a la categoría de rito casi místico: el abandono de los jóvenes de su propia tribu en busca de otras gentes y otras tierras.

“Ver”, “primavera”, es el símbolo de la nueva vida que, a modo profético, y por tanto religioso, marcará lo desconocido, el camino por recorrer. En 1897-1898, sobre el friso del Pabellón de la Secesión vienesa, se lee la misma inscripción: “ver sacrum”.

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En este caso, los creadores del Jungendstyl, el estilo de los jóvenes, término acuñado para el modernismo  surgido en Austria y Alemania, se separan también de sus mayores, de sus normas y academicismos, para iniciarse en un rito, como es el clasicismo historiográfico que sacralizarán de inmediato. Así, la arquitectura del Pabellón secesionista emula un templo antiguo egipcio y está construida bajo la “advocación” de Palas Atenea.

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El ornamento y la ornamentación, las líneas sinuosas, la búsqueda del subjetivismo, heredero del romanticismo, y el afán estético que conduce al espectador hacia la entrega absoluta al mundo sensorial, se confabulan para dibujar lo nuevo por descubrir.

Este sinfín de recursos de la construcción vienesa culmina en la esfera, -la perfección radica en los cuerpos geométricos circulares-, revestida de hojas sacralizadas en color pandeoro bizantino, tan inherente a la personalidad y estética de Gustav Klimt (1862-1918), su artífice.

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Hacia ella, y en sentido ascensional, tienden los motivos vegetales y florales. Estilizados en líneas curvas elegantes, de eterna primavera. Un nuevo estilo artesanal, que valora el esfuerzo del individuo, para un devenir enigmático que, pretenden, suceda al industrialismo.

No es de extrañar, pues, que en este contexto novedoso, surja con renovada fuerza un mito clásico muy tratado pictórica y literariamente a lo largo del tiempo. Nos referimos a una heroína bíblica, del Antiguo Testamento, la viuda hebrea Judit, quien decapita al general Holofernes, y a Salomé, hijastra de Herodes Antipas, hija de Herodías, quien exige la cabeza de Juan Bautista al negarse a ser seducido por tan bella princesa.

En adelante, nos referiremos indistintamente a las dos protagonistas ya que analizaremos un punto común compartido por ambas. Si bien con fines y actitudes bien distintos, Judit y Salomé encarnan la seducción femenina. De hecho, la crítica aporta la posibilidad de que, de las dos figuras de Judit, I y II, representadas por Klimt, la segunda sea Salomé por el movimiento de ropaje, manos y cuerpo que recuerdan su danza ante Herodes http://www.artehistoria.com/v2/obras/14402.htm.

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Otra interesante representación de la hijastra de Herodes está recogida en “Salomé”, una tragedia poética escrita por el dublinés Óscar Wilde (1854-1900). En efecto, el autor de “La importancia de llamarse Ernesto” participa ardientemente, como Klimt, del movimiento artístico modernista. Su consideración esteticista de la vida y del arte queda admirablemente puesta en escena en “Salomé”.

Las protagonistas de ambas obras llenan por sí solas el espacio ficticio. La Judit / Salomé de Klimt, lo hace en forma de tres cuartos, de frente, enmarcada en un paisaje en dorados y alhajas geométricas llenas de colorido. Este entorno nada tiene que envidiar al de figuras de la realeza o eclesiásticas –recordemos los retablos e iconos bizantinos-cuya presencia y empaque corporal se completa con el atributo que les define y caracteriza. En este caso, casi macabra coincidencia, la cabeza de Holofernes / Juan Bautista.

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En Wilde, Salomé abarca hasta tal punto la totalidad de la obra que este personaje femenino se construye a través no ya de sus propias intervenciones y actitudes corporales, sino a través de los discursos que sobre ella pronuncia el resto de los personajes.\"Judith-II-by-Gustav-Klimt\"

De otro lado, ambas protagonistas socavan la percepción del receptor moderno hasta el punto de generar en él  una inquietud y desazón  debidas al hado fatídico, premonitorio de la muerte, que llevan prendido en sus miradas. Las sensaciones visuales alimentan la estética del contenido en los dos casos entrelazándose con otras, como las táctiles, tan sublimadas en “el arte por el arte”

En efecto, los ojos maliciosamente entornados en la figura del creador de “El beso” adquieren la relevancia de quien ostenta sin prejuicio la altivez soberbia y lasciva de su nefasta acción. El espectador puede deducir, imaginar y analizar, a partir de ellos, durante la contemplación de los mismos, las “otras” miradas.

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Estos rasgos son en ocasiones tan idénticos en los dos artistas que nos sorprenden declaraciones como la de Jokanaan, en la tragedia, en las que afirma para referirse al ambiento corrompido en el que se mueve Salomé que ella es “la hija de Babilonia con sus ojos de oro y párpados dorados”. Podríamos afirmar que Klimt escribe y Wilde pinta a la hora de referirse al boato, la decadencia, ese ámbito sensorial que nos fascina.

Otros personajes describen también las consecuencias de mirar a Salomé. El paje de Herodías dice a un joven sirio: “la miras demasiado. Es peligroso mirar a la gente de ese modo. Algo terrible puede suceder”.

La vistosidad también acompaña y viste el cuerpo deseado de la princesa: Herodes  le promete una esmeralda o un collar de perlas como lunas ensartadas en rayos de plata si baila para él la danza de los siete velos. El collar de Judit se sustenta en luminosas piedras que parecen erquir su cabeza de manera que se presenta en un plano superior al del espectador.

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Entre las sensaciones táctiles, destacamos una entre tantas que seducen a Herodes, el Tetrarca. El cuerpo de Salomé “me perturba dolorosamente”. La desnudez pictórica de Judit, rodeada de trasparencias o preciados adornos aumenta el poder de seducción femenino que culmina en el ferviente deseo erótico y sexual de poseer al Bautista: “Besaré tu boca, Iokanaan”, sentencia amenazante y lujuriosa y cumple su palabra besando los labios de la cabeza yerta de Juan el Bautista. La boca entreabierta de Judit I, sus labios rojos y dientes blancos invitan al beso;  su desnudez, a la carnalidad. Judit II, forjada en el movimiento, invita a la danza erótica.

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Óscar Wilde añade un elemento más a la historia que llegará a adquirir el rango de personaje o, al menos, actante de la obra. Se trata de la luna, repleta de premoniciones y malos augurios. Requeriría un análisis tan caleidoscópico según la persona dramática que se refiera a ella que sería ya objeto de un estudio posterior. En todo caso, Klimt prescinde de esta bella imagen en sus trabajos.

Atribuíamos al principio la frase nominal latina “ver sacrum” a un símbolo de una vida nueva, de progresión existencial también. Pues bien. Cabe preguntarse si Gustav Klimt y Óscar Wilde escogieron un objeto artístico al que otorgar un tratamiento novedoso y conducirlo hasta la categoría de símbolo como ocurrió con el emblema del Pabellón vienés.

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Así ha sido. El objeto artístico seleccionado es la representación de un mito femenino clásico vinculado al sentir bíblico o religioso para desposeerlo de tales contenidos y llenarlo de otros novedosos como el de la mujer portadora de desgracias para el hombre, causante incluso hasta de la muerte del mismo y su intenso poder  erótico, amoroso y sexual.

Y es que vislumbraron a la mujer moderna, en constante cambio, ansiosa de su independencia y autonomía, dueñas de sus propia existencia, trabajo, sexualidad;  lejos del comportamiento familiar puritano a que fueron obligadas durante la época victoriana (1827-19019). Sin embargo, lógicamente, en la construcción de este personaje femenino nunca se desvincularon los autores de su propia visión masculina, temerosos siempre de ser relegados por la mujer.

Nos referimos, claro está, al símbolo de la “la mujer fatal” invención europea muy anterior a la americana

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(http://www.artehistoria.com/v2/obras/12237.htm). La creación de esta nueva imagen, ver sacrum, por parte de decadentistas, modernistas, esteticistas, simbolistas y posrománticos finiseculares no deja de inquietar incluso hoy en día. Sería interesante debatir esa posible permanencia pero… dejemos tales consideraciones en manos de las mujeres.

Carmen Montero “jueves 19,30”

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