Miradas románticas (I). El viajero en un mar de nubes, de Friedrich. Por Carmen Montero

Miradas románticas   (I)

\”Para Amaya, porque las dos compartimos nuestro entusiasmo por Friedrich\”.

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Hay un espectáculo más grande que el del mar, y es el del cielo; hay un espectáculo más grande que el del cielo, y es lo interior del alma.

Yo no sabría decir si esta cita de Víctor Hugo, de Los miserables, está hecha a medida para el cuadro de Friedrich, El caminante de un mar de nubes, o si viceversa. Lo que sí es cierto es que una y otra vez que lo contemplo, sucumbo ante la belleza del paisaje cubierto de niebla, efecto que es precisamente el que quería infundirnos el propio Capar David Friedrich. El pintor alemán filosofaba, como tantos otros pensadores de su tiempo -por ejemplo, Kant- sobre el concepto de lo sublime; es decir, la belleza trascendida en sentimientos que desbordan y bloquean nuestra facultad de conocimiento hasta conducirnos a un éxtasis no necesariamente siempre religioso.

Tanto la figura humana como el paisaje, han sido interpretados al hilo de las más diversas teorías, si bien , la mayoría de ellas se ajusta al Romanticismo, movimiento artístico al que pertenece la pintura. Así es. Si queremos \”entrar en el cuadro\”, como nos explica Mercedes en clase, lo hacemos a través de la mencionada figura: un hombre ataviado con levita alemana; pero un hombre, al fin y al cabo, porque se trata de destacar la individualidad romántica, que exalta, a veces hasta la exacerbación, la subjetividad. Friedrich tiene motivos para exaltar su mundo interior ya que se refugió cerca de aquel lugar ante la inminente llegada de las tropas napoleónicas hacia 1810.

Será esa subjetividad la que exteriorice el héroe romántico para teñir con ella, con sus sentimientos y manera de ver el mundo, toda la vista que se abre ante sus ojos: las montañas de la Suiza sajona, en este caso. Por tanto, no vemos únicamente una sierra de picos bañada en nieblas, sino la sierra de picos que está contemplando, que no mirando, el protagonista del cuadro. Y llegados a este punto, ya nos hemos preguntado por qué el personaje alemán permanece de espaldas a nuestra visual. Quizá, porque esos montes conforman ya el rostro del protagonista. Quizá porque esos montes sean los que conformen el rostro de Friedrich y el nuestro, los espectadores. Quizá todo ello, porque el romanticismo es el tiempo de las verdades absolutas, de lo intemporal, que es la unidad personaje-pintor-espectador, que no es sino la humanidad, entiendo que al modo de novena sinfonía de Beethoven, quien musicó el Himno a la alegría, poema extenso escrito por Friedrich von Schiller (Todos los seres viven la alegría / en el seno de la naturaleza) y que cada día goza de mayor actualidad.

En la misma línea de adecuación entre la naturaleza y el hombre, de perfecta simbiosis, está la película de González Suárez sobre la génesis de Frankenstein que recoge, digámoslo así, verdaderas borracheras exultantes  de identificación entre el ser y la naturaleza en Mary Shelley y en Lord Byron.

Y , así, ya nos hemos instalado al borde del alma humana. Al borde de esa alma que es mayor espectáculo que el cielo y el mar, a decir de Víctor Hugo. ¿Será porque contiene a ambos? Y, si los contiene…¿será porque el hombre es un microcosmos que participa de la deidad? ¿Hay, por tanto, panteísmo romántico en la obra artística de Friedrich? Al menos, esa era la moda de su tiempo.

La triple alma de este cuadro está inquieta por lo inquietante que demuestra ser la panorámica. Como inquietante era el alma de Fausto cuando percibía la belleza del mundo, del universo y le retorcía el dolor de no poder alcanzar el grado supremo del conocimiento de la misma. Tanto fue así que la desesperación le llevó a vender su propia alma a Mefistófeles.

Quizá también la inquietud del lugar, unida a la falta de rostro físico del caminante, al dar la espalda, y la altura, le inciten a reflexionar sobre una posible intención de arrojarse al vacío. O a reflexionar sobre los motivos que condujeron a Werther (Las cuitas del joven Werther, 1774) personaje, como Fausto, también de Goethe, a suicidarse por Lotte, amor romántico no correspondido.

Carmen Montero

jueves 19\’30

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