El arte entre la pintura y la palabra: Ieronimus Bosch, por Carmen Montero.

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Durante la visita guiada que tuvo lugar en el Museo del Prado,  El Bosco. V Centenario, Mercedes aludió, en un primer momento, al carácter medieval del pintor flamenco tanto en la técnica y selección de temas como en la consideración clasicista de los mismos, el tratamiento de conceptos religiosos o ciertos usos de la alegoría al tiempo que, en un paulatino proceso,  se va impregnando de la ideología espiritual renacentista contenida en el marco del humanismo religioso.

Efectivamente, a medida que avanzamos en la observación y el análisis pormenorizado de los cuadros, nos sorprende ir descubriendo cuántos estrechos paralelismos existen entre dos grandes artistas: el Arcipreste de Hita(1281-1351), un siglo anterior a El Bosco y autor de El libro del buen amor, icono del Medievo, y el creador de El jardín de las delicias, inmerso en el Renacimiento artístico (hacia 1450-1516)

Se trata de dos hombres intelectualmente geniales. En primer lugar, poseedores de una profunda vocación religiosa, bien ejercitando Juan Ruiz su magisterio clerical en el arciprestazgo de Hita (Guadalajara) bien a través de la Cofradía de Nuestra Señora, amante de la caridad y de las actividades benéficas el pintor holandés. Ambos han dado sobradas muestras en sus obras de dominar la cultura medieval en todas sus vertientes: eclesiástica, astrológica, filológica, literaria, retórica, musical, popular en su amplia la extensión del término: carnavalesca, teatral, cancioneril, agrícola, cuentista, supersticiosa…

En sus manifestaciones artísticas late la intención comunicativa doctrinal y moralizante, de raigambre culta y con larga tradición en Europa. Se trata de que lectores y espectadores, los feligreses, salven sus almas y adquieran conocimientos teológicos para llevar una vida digna, merecedora de la gracia divina.

Ahora bien, ello no impide que se establezca una tensión constante, polisémica y ambigua, entre el buen obrar y el pecado en la conciencia de los destinatarios de las obras. Y es que, por medio de los exempla latinos,  a modo de refranes, historietas, cuentos mitológicos, escenificaciones satíricas, los dos poetas, el de la palabra y el de la pintura, muestran, sin remilgos, con ingenioso humor y sorna, con ironía y sarcasmo, y si es necesario de manera descarnada, cuál es el mundo del mal, el vicio, la sinrazón, la caricatura del propio hombre para evitar el pecado.

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Juan Ruiz teoriza y catequiza sobre los pecados capitales al tiempo que reafirma sus reflexiones con distintas ejemplificaciones …la soberbia e ira,  no fallan donde quepa la avaricia y lujuria, que arden más que estopa; la gula, envidia, pereza, que se pegan como lepra, de la codicia nacen, son de ella raíz y cepa…

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El autor de El libro del buen amor escoge una ilustración mitológica para acompañar este texto; así, explica cómo se perdió Troya a consecuencia de la codicia de las diosas, Hera, Atenea y Afrodita, por obtener la exclusividad del título de belleza.

En otra ocasión, referida también al asunto de la codicia, señala a modo de moraleja qué peligros corre un hombre avaricioso, como ocurrió con el protagonista de un cuentecillo, un ermitaño bebedor que sucumbe ante la tentación del diablo: codició hacer fornicio desque con vino estaba.

El Bosco también acude al método didáctico. Levanta todo un auténtico entramado pictórico que organiza y dispone las faltas graves y comportamientos pecaminosos de que es capaz el hombre al incurrir en alguno de los siete pecados capitales, enmarcados, todos, entre dos círculos concéntricos. Dos hombres glotones comen sin parar en la estampa perteneciente a la gula; un caballero dormita junto al fuego en la pereza; los amantes retozan en la lujuria; un demonio muestra a una mujer en un espejo su imagen en la soberbia; dos hombres pelean en la ira; un juez acepta soborno en la avaricia; un pretendiente desafía a su oponente con envidia.

En el centro, la presencia del ojo de Dios que todo lo ve y una figura de Cristo resucitado encarnando la redención del hombre. En las esquinas, cuatro ilustraciones representan respectivamente la muerte, el juicio final, la gloria y el infierno.

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Se trata de una composición que refleja el ideario eclesiástico medieval comprendido dentro de la perfección geométrica del círculo. El pueblo podría leer el sentido literal y el alegórico de estas palabras o de estas imágenes y alcanzar, de esta manera, su propia percepción acerca de la trascendencia. Como si de las imágenes esculpidas de un pórtico catedralicio se tratara. No obstante, el Bosco, y con anterioridad el arcipreste, ayudan, una vez más, a alcanzar el camino recto. Veamos cómo.

Alrededor de la pupila de Dios puede leerse Cuidado, cuidado. Dios os ve, invitando al creyente a alejarse de la senda de los pecados capitales. Por su parte, Juan Ruiz  ofrece una vía de conocimiento y ascendencia espiritual hacia Dios que el propio hombre necesita cuidar y cultivar…las del buen amor son razones encubiertas / trabaja do hallares las sus señales ciertas.

La sociedad de los siglos XIII-XIV acaba por alejarse del estamento y mundo feudal y, de manera aún incipiente, encamina sus andanzas hacia el medio urbano. Juan Ruiz se convierte en testigo de este fenómeno hasta el punto de incluir la plaza de la ciudad, lugar de socialización de vecinos, en el episodio alegórico de Don Melón de la Huerta y Doña Endrina, primer testimonio literario de paisaje urbano en España:

¡Ay Dios! ¡Y qué hermosa viene Doña Endrina por la plaza

qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza,

qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza!

con dardos de amor hiere cuando sus dos ojos alza.

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El modus vivendi se altera: el hombre no se relaciona ya en torno al señor del feudo, estableciendo ahora sus vínculos sociales entre burgueses que se ocupan en el comercio donde las transacciones se convierten en objetivo de vital importancia y en nueva fuente de ingresos para el nuevo hombre de negocios.

Este hecho, sumado al desplazamiento del mundo de la cultura del monasterio e iglesias a la ciudad, preocupa a los clérigos, quienes atribuyen el aumento de la codicia y otros males como el abandono de Dios a esta nueva situación.

En el siglo XV, época de Yeronimus Bosch, las redes comerciales y tecnológicas interurbanas están consolidadas, si bien, no es menos cierto que los abusos se suceden, por lo que el autor de El carro de heno establece sólidas críticas sociales en las que denuncia, de nuevo a través de distintas tensiones, el desequilibrio entre Dios y mundo; entre Dios y hombre; entre pecado y salvación.

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Llegados a este punto, volvamos al principio de la exposición para recordar que Mercedes hizo hincapié en la vertiente renacentista de El Bosco. El pintor interioriza la nueva ideología reformadora de la Iglesia, espiritual y religiosa, casi antesala del protestantismo, cuyo origen radica en autores como Kempis (1380-1471) o Erasmo de Rotterdam (1466-1536). El antropocentrismo, la fe en el hombre, conduce a la devotio moderna, o interiorización de la religión, del  convencimiento de llevar a cabo las buenas obras; pretende no incurrir jamás en el fingimiento o hipocresía de la falsa devoción. La única vía posible para alcanzar tan noble fin es la de la imitación de Cristo, deshaciendo falsas interpretaciones medievales, corrigiendo errores y fantasiosas exégesis propias del Medievo que deforman el verdadero sentido de las Sagradas Escrituras para alcanzar la espiritualidad. Esto mismo significa también abandonar las tesis de la escolástica medieval; es decir, desterrar muchas de las teorías que nacieron en las escuelas filosóficas y religiosas.

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Volviendo los ojos a Jesucristo, a su bautismo y a su  epifanía ( Adoración de los Reyes Magos, Bosco. Recordemos también la Capilla de los RRMM, Florencia, s. XV ), podríamos emprender un camino iniciático, renovador; un camino que, según comentó Mercedes, parece ser el que estructura la exposición del Prado y  al que nos invita a seguir el propio Museo también a nosotros, los visitantes. Con ello, cumpliríamos con el principio de la nueva espiritualidad, que es la universalización del conocimiento de Cristo, verdadero axioma propio del humanismo cristiano.

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Además de los textos escritos por Kempis, La imitación de Cristo, Verdadera Sapienza, Ieronimus Bosch se inspira y reproduce mediante el pincel, a veces con gran fidelidad, el famosísimo libro de Erasmo Elogio de la locura. En él la Estulticia, Necedad o Demencia aparece personificada, a través del recurso de la alegoría, pronunciando un discurso en el que justifica lo imprescindible que resulta su presencia en el mundo dando pie a elevar numerosas críticas a aquellos que no siguen la senda de Cristo porque no se despojan de sus bienes, boatos o riquezas entre otras razones.

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De nuevo la tensión y la ambigüedad se dejan sentir de manera muy intensificada, sobre todo cuando interfiere un inteligente sentido del humor: ¿nos invita al pecado la Locura? ¿nos enseña el camino de la corrupción para que no lo sigamos? ¿nos avisa de futuros comportamientos? ¿arremete contra el género humano?. Dice así la propia Locura con sarcasmo: Todo cuanto hay en la vida de deleitoso procede asimismo de mi munificencia…¿Qué sería, pues, esta vida, si vida pudiera entonces llamarse, cuando quitarais de ella el placer?

Antonio Lucas escribe en artículo para \”El Mundo\”: Resulta paradójico que un creador tan libertino mantenga en parte de su obra una voluntad tan moralizante. Sus trabajos sobre la Pasión de Cristo, la representación de los Evangelios o los pecados capitales son, a la vez, un extraordinario manifiesto de contradicciones.

El cuadro de La nave de los locos, influido por el libro homónimo de Sebastian Brandt, representa cómo la locura lleva a la deriva la vida espiritual de los tripulantes que se dedican a gozar del mundo. Uno de ellos es un clérigo goliardo, es  decir, heterodoxo, apartado de la iglesia por dedicarse a la vida disipada y a pronunciar falsos sermones. Paradójicamente también, la crítica consideró la posibilidad de que Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, alcanzara tal condición a juzgar por su encarcelamiento o si  llevamos a cabo una lectura literal de su poemario. En tal caso, el dato trascendería hasta la propia existencia del escritor motivando en él también tensión existencial: ¿distanciado de Dios  vs entregado a Dios?

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Observemos otros ejemplos en los que Erasmo arremete contra altas autoridades eclesiásticas: ¿Se precisan las riquezas para imitar a los Apóstoles en su existencia? refiriéndose, contundente, a los cardenales. Respecto del Sumo Pontífice exclama: Si hay algo que signifique esplendor y regalo, los guardan para sí.

Y aborda el tema hasta la distorsión absoluta, recurriendo a identificar al hombre de iglesia con distintos animales: Quienquiera que ambicione honores y riquezas eclesiásticas, llegará a ellas antes más bien como asno o como buey que como sabio. El Bosco se hace eco de este zooorfismo constantemente, invirtiendo incluso la posición de esas figuras. Recordemos al cerdo con toca de monja de El jardín de las delicias. Incluso acudiendo también a los bestiarios que circulaban por la Europa del quinientos, no dudamos de que la impronta erasmista se refleja abiertamente en las pinturas del creador holandés.

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La locura de una vida sin rumbo, sin sentido; el ajetreo del ir y venir de espaldas a la verdad reveladora , entre el Paraíso y el Infierno, adquieren lugar de preferencia en el tríptico  titulado \”El carro de heno\”, que es lo mismo que decir el mundo, ocupando la parte central la reservada al protagonismo de imágenes y figuras propias de vidas de proyección  trascendental.

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De igual modo, en el Elogio de la locura erasmista, la Necedad consigue nuestra empatía con sus razonamientos: Inspira risa y se hace llamar cornudo consentido y qué sé yo qué, el infeliz que enjuga las lágrimas de la adúltera. Pero ¡cuán mejor es equivocarse así que no consumirse con el afán de los celos y echarlo todo por lo trágico!

Por último, destaquemos la relevancia absoluta que adquiere en el lenguaje artístico de la Baja Edad Meia y del Renacimiento la alegoría. Este recurso, presente ya en la Antigüedad con los filósofos griegos, recibe un impulso decisivo con la escuela alegórico-dantesca, surgida para perpetuar el estilo de la Divina Comedia (1321 ? ), viaje ejemplarizante que realiza el poeta toscano a través del Purgatorio, Paraíso e Infierno (como los trípticos del artista flamenco) conducido por Virgilio y Beatriz. Visión del Más Allá da muestra de la inmediatez de la influencia dantesca en El Bosco.

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Podemos considerar el conjunto de la obra no religiosa de El Bosco como una gran alegoría del pecado, de su nacimiento, invitación al mal,  implantación en la conducta humana y sus consecuencias terroríficas. Cada cuadro da pormenorizada cuenta de estos aspectos a través de múltiples símbolos, unos propios del acervo cultural, como el heno, el mundo estulto, en El carro de heno; el hombre-árbol; la fuente de los cuatros ríos, resquebrajada, que invita al carpe diem en El jardín de las delicias; la fresa, identificada con la lujuria; la música, fuente de todo mal; el camino religioso del descarriado, que conduce al Infierno, camino que para la mística del momento es el inverso, es el de la perfección, aquel que recorre, por ejemplo, San Juan en Subida del monte Carmelo.

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Otros resultan de la fantasía del propio pintor flamenco, próxima a límites delirantes que le han valido el calificativo de surrealista.  Es el caso de los seres amorfos, animales o bestias fuera de su hábitat o de dimensiones desmesuradas o maquinarias zoomórficas que invaden e manera tormentosa tanto  las pinturas de El jardín de las delicias como las del maravilloso tríptico de La tentación de San Antonio ( Museo de Arte antiguo. Lisboa) En él, la fe y voluntad del santo se mantienen férreas ante el fuego, la oscuridad, las ruinas, el desnudo del hambre del ayuno o el de la reina de los diablos; el torbellino de monstruos que obedecen a fuerzas centrífugas ciegas girando alrededor de la figura de San Antonio.

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Carmen Montero

jueves 19.30

 

 

 

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