Vermeer, ventanas que iluminan el alma. Por Carmen Montero

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Vermeer, ventanas que iluminan el alma.
(Notas tomadas desde la silla de Leopoldo)
Curiosamente, las ventanas de los cuadros de Johannes Vermeer van Delft (1632-1675) no dan, como las de los primitivos flamencos, hacia el exterior. No se ve a través de ellas un esquinado paisaje abrupto o montañoso en el que se erigen árboles estilizados, ríos tortuosos, flores en estado ideal, esbozos de núcleos urbanos desperdigados en la pradera que aludan, simbólicamente, a la vida, la muerte, alegorías de las Sagradas Escrituras, la Virgen y que, por tanto, signifiquen un recorrido y camino vital por recorrer.

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No es así. Las ventanas de la pintura de género del artista y comerciante de Delft, muy al contrario, iluminan el interior de estancias burguesas cuyo paisaje no es otro que el de las distintas habitaciones sugeridas, parcialmente mostradas, serpenteando para perderse en la lejanía de la perspectiva de baldosas ajedrezadas. Estos habitáculos encierran toda la belleza que contienen los objetos domésticos, signos de clase y herramientas de faenas domésticas u ornamentos tales como lámparas, cortinajes, mesas, sillones, mapas, que adquieren un indiscutible protagonismo en un momento histórico para Holanda, su edad de oro cultural y económica.

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Y, una vez más, la luz, proveniente de ventanas que se ubican a la izquierda y que apenas muestran su entidad, ilumina a raudales las estancias para jerarquizar, exaltar presencias, resaltar colores, reservar, mimar, velar, atenuar u ocultar esos enseres que configuran el espacio del cuadro.

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Ahora bien, será siempre, o en casi todos los casos, un personaje femenino, al que también construye y configura la luz, quien dé razón de ser y paz al hábitat en el que discurre su existencia. En efecto, la lechera, la mujer que lee, la que toca un instrumento musical, aguarda, cose, conversa, recibe visitas o es sorprendida en la realización de sus tareas, da vida al motivo pictórico hogareño porque el volumen de sus vestimentas, adquirido por acción de la luz y el fondo claro de las parades en que se enmarca le otorgan presencia y empaque y porque los colores se confabulan para crear una llamativa vistosidad.

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Y no acaba aquí el mérito del comerciante y pintor de Delft. La mujer también se eleva al rango de protagonista absoluta porque la luz, que desde el exterior atraviesa la ventana de los cuartos, incide en el rostro femenino para jugar caprichosamente, iluminando o ensombreciendo, con la expresión de las mujeres.
El gesto taciturno, dubitativo de las manos, de la mirada esquiva, la cabeza baja, reflexiva, de perfil, tres cuartos o vuelta hacia el fondo de la pintura, la introspección con que nos reciben siempre estos personajes femeninos culminan la acción lumínica que desborda el cuadro para sugerir y sembrar la ambigüedad y la inquietud en el espectador, que se pregunta insistentemente qué ocurre en el interior de la mujer, qué en su alma.
¿Habremos llegado, aquí, a un punto en el que quizá estas amas de casa aplicadas reflexionen sobre la naturaleza que hay al otro lado de la ventana? ¿Sobre su valor simbólico recogido en la Biblia a cuya lectura se aplican diariamente como mujeres de mercator sapiens? ¿Sobre la ausencia del amado que partió a la guerra o, lejos, a comerciar?¿Sobre los avatares de las luchas religiosas capitaneadas por Guillermo de Orange? ¿Reflexionan sobre las faenas del día a día mientras mantienen los utensilios entre sus manos?
En todo caso, la duda seguirá siempre sin resolverse: Vermeer nos niega la realidad de ese \”otro lado de la ventana\”: el acceso a las vivencias internas de sus protagonistas. Hopper, el pintor del silencio, situaba a sus personajes ensimismados ante la infinitud; Vermeer, ante las cuatros pareces de sus viviendas: quizá la infinitud esté en sus respectivos interiores.
De momento, conformémonos con poder presenciar el valor de la arquitectura de la luz en estos cuadros de Johannes Vermeer y traigamos a la memoria los versos de Más allá, poema de Jorge Guillén, representante de la generación del 27. Quién sabe si la primera estrofa de esta composición poética puede aportar una respuesta a la incertidumbre del espectador:

(El alma vuelve al cuerpo,
Se dirige a los ojos
y choca.) -¡Luz! Me invade
Todo mi ser. ¡Asombro!

Carmen Montero
Del viaje a Países Bajos con Mercedes
Jueves 19.30

2 comentarios

  1. me encantó los comentarios del claro oscuro y del crepúsculo que hiciste de algunas obras de Darío de Regoyos y, muy coincidentes con la estilística de mi obra que te envío foto .

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