Tres Escenas con Galgos, Pedro Miguel Lucía

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I
El billete azul que guardó ella tantos años
para el sacristán -“Las campanas de mi pueblo/ ellas sí
me reconocen./ Tocaron cuando nací, tocarán
Cuando muera.”-. Escribió su nom(María H.)bre
entre dos renglones en un cuaderno pautado.
Ralo verdor de mañana otoñal cascada por golpes de bronce,
apenas hay aves, y es temprano, no hay algarabía en derredor
de la torre de mampostería, llanos, cereal, tractor varado.
Vuelven los cazadores por la carretera, en sus morrales
algún conejo, varias liebres, comida para alegrar la semana.
No llevan otro arma que los arabescos móviles andando
junto a ellos, altas galgas sin correa, obedientes a la voz,
al silbo y a caricias bruscas. En otra edad sirvieron solo
a reyes. Ellos me hablan de su alimentación y de educarlos,
de cuán difícil es ir quitándoles la presa cazada de las fauces,
mientras miro sus colmillos y las perras echadas están absortas.
Pago los cafés, no me dejan, soy nieto, de pronto la más blanca
bosteza y parecen agolparse las horas asustadas
buscando una salida por esa dentellada falsa y lenta.

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II
Como muñecas vivas de las que hubiera que ocuparse,
reposan encima de una manta sus largos hocicos,
sus afiladas patas, su insigne melancolía, un adorno de lujo
negro en un piso hipotecado. Sus dueños se quejan de la falta
de lugares para la expansión de estos ejemplares que no cazan,
una idea que les produce asco, me hablan de su extraño corazón
de ventrículos desiguales -¿Asociación, adopciones?- de lo caro
que resulta mantenerlos. Traigo de regalo un magneto
de Valerie Leonard, artista que transforma humanos en figuras
de galgos. Lo ponen en la puerta del frigorífico, cabezas
de ojos perrunos con vestidos de noche y hocico húmedo.
(Pienso en cómo comportarse siendo un órgano
hecho para una función que ya nadie recuerda ni utiliza,
en qué hacer si ni siquiera eres bonito, ni útil, ni elegante,
como un galgo. Pongo un pretexto educado y me despido.)

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III
En el ramaje hay semiocultos cadáveres colgando de alambres,
las patas exangües extendidas tras correr a por el último aire,
fieles mandíbulas desencajadas, ojos de canica sin dignidad.
Quién miró, se ahorró una posta, una inyección, fue incapaz
de sacrificar sin sufrimiento al animal inútil.
Quién quiso burlarse del egipcio Seth
honrado en los sarcófagos junto a los faraones.
(La reata se aparta de ellos cuando pasan con sus palos,
con sus correas y ganchos: olfatea su miseria y responde,
como inocencia devuelve a lametones al acercarse niños.)

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Pedro Miguel Lucía, Madrid, Febrero, 14, MMXVI

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