Las vueltas que puede dar un cuadro. Por Carmen Montero

Las vueltas que puede dar un cuadro.

(De El suicida de Manet a Frantz de Ozon )

 

Cuentan de Manet (1832-1883) , precursor de una manera moderna de pintar, que, en una ocasión,solicitó ayuda  para el mantenimiento y conservación de su taller a un jovencillo, Alexandre, aprendiz de apenas quince años. El pintor compuso un retrato de él, inspirado en Caravaggio y su naturalismo de bodegón de naturaleza,  El niño de las cerezas, cuadro que hoy se considera en cierto modo premonición de la muerte del joven, hecho que ocurrió al poco tiempo. Premonitorio por contraste con la viveza y alegría que manifiesta la pintura. Pero Alexandre estaba alcoholizado debido a sus frecuentes depresiones o melancolías, tremenda paradoja para una edad tan temprana.

\"\"

Manet, seriamente alterado y compungido por tal fenómeno, puesto que él mismo descubrió el cadáver en su taller, cambió de local para evitar el retorno de tantos momentos de angustia. De hecho, el artista regañaba con mucha frecuencia al joven y así lo puso en conocimiento de los padres de este.

En un punto determinado, con todo, la experiencia llegó a transformarse en obra pictórica, El suicida, realizado en 1877. En ella, Eduard Manet representa la muerte de un hombre adulto quien, pistola en mano, recostado en la mitad de una cama cuyas sábanas se muestran sangrientas al espectador, acaba de dispararse un tiro y probablemente se encuentre aún agónico.

\"\"

La figura humana, los muebles, el cuadro incompleto que adorna la escena, la sábana, todo ello está construido por la luz, que entra para iluminar al muerto, el cabecero de la cama y la pared azul. Se trata de una luz lechosa y blanquecina que alivia mucho lo siniestro de la anécdota. El resto del lienzo destaca por las sombras o la oscuridad, si bien ésta pigmenta la composición total, incluso la sangre, en una escala de colores pardos. Hay dramatismo, pero no como el que será capaz de conseguir, tiempo después, Munch, con idénticos recursos, en el cuadro de La enferma.

\"\"

Sin embargo, el funesto episodio de Alexandre no pararía aquí. Baudelaire, poeta simbolista francés, autor de Las flores del mal y amigo del pintor,  fue detenidamente informado por Manet de cómo transcurrieron los acontecimientos y cómo se hallaba el cadáver. La impresión que el autor de \”El niño de las cerezas\” recibió al ver al muchacho ahorcado, -este fue su fin-, quedó plasmada en un cuento que Baudelaire escribió en el periódico \”Le Figaro\”, titulado \”La cuerda\”(1864).

En él, una primera persona, -¿la voz de Manet narrando los hechos en la cabeza de Baudelaire?-, es decir, la que marcará el relato como vivencia autobiográfica, describe con feroz tremendismo el estado del cadáver transcurrido un tiempo después del deceso:

Cuál no sería mi horror y mi asombro …los pies casi tocaban el suelo; una silla, derribada de una patada, estaba caída cerca de él; la cabeza se apoyaba convulsa en el hombro; la cara hinchada y los ojos desencajados con fijeza espantosa me produjeron, al pronto, la ilusión de la vida. Descolgarle, no era tarea tan fácil como pudierais creer. Estaba ya tieso y sentía yo repugnancia inexplicable en dejarle caer bruscamente al suelo. Había que sostenerle en peso con un brazo, y con la mano del otro, cortar la cuerda…El pequeño monstruo había empleado un cordel muy fino, que había penetrado hondamente en las carnes\”.

Dos soluciones artísticas distintas para un mismo suceso. Una, la pintura de la imagen, con una técnica y recursos inusuales para el momento y que serán incorporados al quehacer de los artistas del impresionismo; la que trabaja la luz; la que sustituye el detallismo minucioso por la mancha, sin perfiles, como las manos del hombre fallecido.

Otra, la pintura de la palabra, romántica en la elección del tema de la muerte cruel de un joven; de tono subjetivo muy intenso, como reflejan los adjetivos y sustantivos que valoran las acciones y los objetos : espantosa, convulsa, hinchada, desencajada o asombro, horror, repugnancia, monstruo, que se resuelven en naturalismo literario, el que conocía bien Manet, como vimos, en El niño de las cerezas.

Y encontramos también el símbolo, figura retórica tan característica de Baudelaire cuando se sincera al lector y le comenta el efecto que la fijeza de los ojos de la mirada de la muerte causa en él: me produjeron, al punto, la ilusión de la vida. Esa ilusión de la que es responsable la imaginación y que sugieren los sentidos, según expresa el Diccionario de la Real Academia. Es el renacer momentáneo del fénix  o de la primavera de la niñez.

Y será en 2016 cuando El suicida vuelve a tomar un protagonismo artístico de gran interés. Se trata de la película francesa Frantz, dirigida por Ozon, magnífico alegato antibelicista que amplifica la historia narrada en Remordimiento ( 1932),  un film de Lubitsch, autor también de Ser o no ser (1942) en la que la Primera Guerra Mundial , el humor y la fina ironía se dan cita para rechazar y condenar de manera subliminal el conflicto bélico.

\"\"

En Frantz, como en Remordimiento, un soldado francés viaja a Alemania en 1919, recién convenido el armisticio de la Gran Guerra . Va, ansioso y desesperado, en busca de un posible perdón que pudieran concederle quienes conocieran al soldado alemán que él mató en fatídicas circunstancias.

\"\"

Las obsesiones, el tormento y la angustia interiores de Frantz no son sino reflejo especular del hundimiento social a que queda abocada la sociedad alemana tras la Gran Guerra. Las ideas aristocráticas de corte imperialista caídas en el olvido, el acusado sentido del honor germánico, la soberbia nacionalista quedan retratados en Frantz, donde se expresa que fueron los padres quienes, aplaudiendo, enviaron a la guerra , que es morir, a sus hijos.

\"\"

En este contexto, surge El suicida; no en Remordimiento, sí en Frantz, formando parte de la amplificación a la que aludíamos antes. En un primer momento, el cuadro está inmerso en el relato imaginado del soldado francés de manera que parece afirmar Ozon que hasta en la fantasía o la imaginación, está presente la muerte y la ruina. Con mayor motivo cuando la idea del suicidio ronda las vidas de los personajes .

\"\"

 

 

La segunda vez, la protagonista, observando directamente la obra de Manet en las últimas escenas de la película, afirma, trasunto de Ozon, que al observar el cuadro, no entiende por qué, le afloran ganas de vivir. El director de Frantz abre así la puerta a la esperanza y lo hace recordándonos aquella ilusión baudelaireana:

la cara hinchada y los ojos desencajados con fijeza espantosa me produjeron, al pronto, la ilusión de la vida.

\"\"

Fuente consultada: “La obra maldita de Manet”. José Fernandez elcorreo.com

Carmen Montero

jueves 19.30

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *