Miradas románticas II: La condesa de Vilches. Por Carmen Montero

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¿Qué nos magnetiza de este bellísimo cuadro cuando entramos en él? La explosión de sensaciones táctiles y visuales que envuelven la figura de Amalia de Llano y Dotres (1822-1874),condesa de Vilches, en primer lugar.

Sentimos deslizarse el roce del raso azul en su cuerpo; la suavidad de la mantilla carmesí; el aleteo de plumas del abanico; la piel tersa, iluminada y sonrosada que reposa sobre la algodonosa cretona del sillón floreado.

Percibimos cómo la riqueza cromática y lumínica del cuadro conviven y entremezclan variedades tonales y  contrastes de luz, desde el rostro de la mujer hasta la penumbra misteriosa del fondo del salón, para otorgar al espectador el placer de la contemplación de una atmósfera en la que parecen flotar el personaje retratado y su entorno aristocrático.

Federico Madrazo, discípulo de Ingrès, pintor del cuadro que nos ocupa, realizó en él (1853) el retrato de su mejor amiga, Amalia, con quien compartió interesantes veladas de canto, literatura, política, siempre partidaria de Isabel II.  El retratista la admiraba por su cultura e incluso como novelista y actriz. Las tertulias se celebraban tanto en  casa del artista como en la de los condes de Vilches. Esta gran admiradora de las artes liberales disfrutó de un teatro, construido en su propio domicilio, \” La Villa\”, en Madrid, para el que ella misma actuaba.

Nos magnetiza, en segundo lugar, la majestuosidad del vestido que, junto al delicado peinado, configuran la imagen femenina de una mujer de su época, acorde a la moda de sus tiempos. Pablo Pena González, en su Indumentaria en España: periodo isabelino (1830-1868) ilustra el momento con la siguiente descripción:

Del estilo de los años 50 (1850) debemos destacar la perfecta combinación de infraestructura y superestructura centrífugas: el miriñaque y el vestido de volantes…volvió el rococó, estilo al cual sabemos era muy adicta la emperatriz María Eugenia, y así los escotes se abrieron formando un triángulo…las mangas se confeccionaron cortas y desbocadas en el antebrazo, las faldas iniciaron un paulatino engrosamiento con la introducción del miriñaque, la famosa jaula de fletes metálicos…

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A decir del autor, esta moda neorococó provenía de los bailes de disfraces. Sin duda, Amalia del Llano debió frecuentar tales fiestas no ya por su condición social, sino por su amor a la escena, a la máscara, que puede obrar la transformación de la persona en personaje.

De nuevo Pena González nos ofrece en esta ocasión un extracto de prensa, del famoso Correo de la Moda, que marca sin duda tendencia:

Hasta los veinticuatro años nos es permitido un traje que nos envuelva en una nube de gasas y tules; hasta esa edad nos es lícito transformarnos en hadas o ninfas.

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Es el estilo neorrenacentista inspirado en el vestuario del teatro.

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Compartimos la opinión del autor cuando afirma que la condesa de Vilches debió de sentirse ninfa ataviada con el vestido que representa Madrazo en el cuadro pese a sobrepasar la edad de tales indumentarias según el Correo, pues ya habría cumplido la treintena.

En efecto, Amalia del Llano Dotres semeja una ondina en virtud de los pequeños rizos y frunces que ornamentan mangas, delantero y volantes. Como si simulasen la espuma acaracolada de ríos, estanques o lagos. Del mismo modo, gustaría del vestuario compuesto de gasas y sedas al modo de los que lucían los actores dramáticos.Respecto del peinado, con raya en medio, separado en dos partes y adornado con trenzas recogidas, éste no se sustrae en absoluto a la moda del momento.

Y no solo la vestimenta femenina confiere a Amalia su identidad y personalidad. También, y en gran medida, su porte, su actitud, su gesto corporal. Es indudable que los signos que los representan son bien visibles. Así ocurre con la delicadeza de la mano izquierda que sostiene el abanico, o la derecha bajo su mentón; la prestancia, la distinción con que ocupa el espacio de ese sillón, casi trono, e incluso cierta aureola de mantenimiento de las distancias respecto del espectador al erguir su cabeza, pese a reclinarse sobre el brazo del asiento.

Sin embargo, nada de esto es incompatible con otras manifestaciones corporales que descubrimos en la condesa, como un cierto abandono, o quizá relajación de la postura; un negligir, por expresarlo en un latinismo que se enseñoreó por esta época en Francia.

Este retrato de Madrazo, lejos de sumarse al clasicismo académico, en que el retratado se mantiene frío y distante, encerrado en su entorno privado, calculado y racionalista, se acoge al romanticismo que supone romper con la norma para acceder a la libertad, al desequilibrio que manifiestan los hombros; al sutil giro que realiza el cuerpo de la condesa de Vilches. Es decir, se acoge, y aquí hace acto de presencia la tercera novedad que nos cautiva, al protagonismo del alma, de la que habla o susurra la mirada romántica de Amalia.

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En efecto, los ojos verdes de la retratada guardan semejanza con los del madrigal de Gutierre de Cetina únicamente en cuanto a ser, como éstos,

claros, serenos…de un dulce mirar sois alabados

No más; porque no miran con ira, como afirma el poeta Cetina al final de su poema. En ellos se centra lo que José Luis Díaz (vídeo: El Prado con otros ojos. Condesa de Vilches) afirma pertenecer a la aristócrata: capacidad de seducción…fórmula francesa, de Ingrès. También define Díaz la mirada de Amalia de Llano como melancólica. ¡Qué gran acierto!

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La melancolía es la carta de presentación del alma, de ahí que los ojos se retrotraigan, miren hacia el interior de sí misma, estén ajenos al transcurrir de la acción de pintar de Federico Madrazo, ajenos a las vivencias que la rodean. Como la Melancolía de Durero, alegoría sobre la que Mercedes nos llama insistentemente la atención, que mira a la nada, al vacío, si bien la  condesa extiende un puente de tibio humor risueño con el mundo. ¿Meditaría, mientras posaba como modelo, con espectacular naturalidad, sobre remotas aventuras literarias o sobre el poder de la palabra viva que significa el teatro?

Quizá informe más la mirada de Caminante sobre un mar de nubes, según vimos, con ser hombre de espaldas al espectador, que la mirada de Amalia, con ser mujer frente al espectador. O, quizá, puedan llegar ambos a ser la misma persona, si nuestra fantasía imagina y da vida al contraposto que forman las dos figuras de estos cuadros románticos.

 

Carmen Montero

jueves 19.30

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